Cómo fue que el SIDA les dio a los gays el casamiento

Escribe: Christopher Caldwell

 

Este articulo apareció en el Financial Times el 21 de mayo del 2004. Mutatis mutandis, pone en evidencia que la situación gay de nuestro país tiene similitudes y diferencias con los Estados Unidos. Debe ayudarnos a reflexionar sobre cuándo imitar al movimiento gay yanqui y cuándo tomar otros caminos. Consigno entre corchetes los términos de difícil traducción.

En la década del ochenta, a medida que la epidemia de SIDA se esparcía entre los homose-xuales norteamericanos, Pat Buchanan, comentarista político y alguna vez candidato presidencial, dijo que la enfermedad era “la venganza de la naturaleza”. La semana pasada, cuando parejas de hombres y parejas de mujeres entraron solteros y salieron casados con la bendición del estado de Massachusetts, fue evidente que la naturaleza tiene un modo muy raro de expresar sus sentimientos.

Al conseguir el casamiento legal pleno en un estado importante, los gays norteamericanos han efectuado del estatus de parias al estatus protegido la transición más rápida que registre la historia de los movimientos de derechos civiles. En 1984, Ronald Reagan ganó por una catarata de votos que fue record, después de una campaña en la que su partido ridiculizó a los gays que ese año asistieron a la Convención Nacional Democrática de San Francisco. En 1985, una encuesta mostró que una mayoría de norteamericanos (51%, de acuerdo con el diario Los Angeles Times) favorecía poner en cuarentena a los que sufrían de SIDA, la gran mayoría de los cuales eran homosexuales. Prácticamente a todo el mundo le parecía evidente que el SIDA iba a marginar todavía más a los homosexuales.

Y todo el mundo estuvo equivocado. Visto en retrospectiva, fue el SIDA lo que creó la masa crítica para el casamiento gay. El SIDA tuvo su impacto más brutal en esa misma parte de esa población gay que los republicanos habían hecho objeto de la burla de sus votantes: la población promiscua y declaradamente gay [uncloseted]. No todos los que practicaban el estilo de vida promiscuo murieron, pero la mayoría de las instituciones alrededor de las cuales se organizó ese estilo de vida sí murieron, comenzando con los “saunas” de San Francisco, de muy mala fama. Entre tanto, a medida que la orientación sexual de los homose-xuales tapados [closeted] se reveló del modo más cruel posible (a través de sus muertes), los norteamericanos en general se quedaron de una pieza al descubrir hasta qué grado era prevalente la homosexualidad, y hasta qué punto eran “normales” en otros aspectos la mayoría de quienes la practicaban.

Los gays crearon nuevas instituciones en una atmósfera de creciente precaución sexual. Como consecuencia, el burgués heterosexual que hoy en día entra por casualidad en un bar gay típico de San Francisco o del West Village se encontrará con un lugar mucho más cerca de lo ordinario y culturalmente aprobado [mainstream], y mucho menos amenazador que su equivalente de la década del ochenta.

Al revelar ante los gays tapados quiénes eran los otros gays tapados, el SIDA transformó a la “comunidad gay” (frase que hace veinte años era una partecita del vocabulario políticamente correcto) en una verdadera comunidad, con capacidad de organización política y su propio espíritu de cuerpo. En la era en que Al-Qaeda basa su estrategia en la aseveración de que Occidente es demasiado blando para pelear en una Guerra, los gays se transformaron en el único segmento de la mayoría de las sociedades occidentales que ha soportado un horror similar al de la guerra.

Como grupo político, los gays son los menos ingenuos y los menos blandos de todos nuestros ciudadanos. En las palabras del periodista Jonathan Rauch, escritas en su nuevo libro a favor del casamiento gay, “incontables homosexuales aprendieron a cambiar chatas de hospital, secar escupitajos, limpiar vómitos y cargar un cuerpo frágil por largas escaleras”. Esa experiencia ha generado la misma confianza en sí mismos y el mismo sentido de poseer derechos que el servicio militar les da a los veteranos.

La experiencia del SIDA es la razón por la cual el casamiento es la forma particular que está tomando ahora el tema de los derechos gays. El daño especial que sufrieron los gays en la era del SIDA (un daño que difiere del dolor que la muerte trae a cualquier persona) provino de la interacción de la muerte súbita con un derecho de herencia diseñado para heterosexuales. Hay toda una literatura oral sobre hombres que mueren en el hospital sin que se les permita tener la compañía de sus amantes de varias décadas; de parejas precipitadas a la miseria porque los beneficios de salud al estilo norteamericano, diseñados para proteger a los cónyuges, no se extendían a las parejas; de testamentos exitosamente impugnados por los vengativos parientes de hombres que habían legado los ahorros de su vida a novios [boyfriends] que sin ellos quedaron en la pobreza absoluta (cuando necesitaban drogas experimentales muy caras), etcétera.

Y fue algo natural que la comunidad gay, una vez que se hubo transformado en una realidad política, buscase el remedio del casamiento. Lo que pasó fue que el SIDA dejó a la sociedad heterosexual en una posición débil para negar ese remedio, porque cambió las actitudes públicas. La orientación sexual siguió siendo un tema moral para muchos norteamericanos, pero se había transformado para todos en un tema de salud pública. En este contexto los deseos de gays y héteros coincidieron unos con otros. De pronto, un homosexual maladaptado que suprimiera sus inclinaciones naturales para “hacerse pasar” por un burgués casado dejó de ser apenas un excéntrico ridículo para transformarse en una amenaza mortal contra una mujer heterosexual.

Paradójicamente, dado que los públicos votantes tienden a considerar que la moral es cosa de ellos y la salud es cosa de “expertos”, el SIDA colocó al activismo gay más allá del alcance de los electorados, que incluso hoy en día se oponen al casamiento del mismo sexo en todos los estados. El movimiento hacia el casamiento gay ha avanzado en los niveles de la regulación burocrática y la intervención judicial.

Hay una gran resistencia a admitir que el casamiento gay surge tan directamente de la epidemia de SIDA. Los opositores se enfrentan a lo equivocados que estuvieron históricamente sobre lo que en verdad querían los gays. También puede ser que se hiera la vanidad de los que proponen el casamiento gay (que de un modo bastante extravagante suelen compararse a los partidarios de la campaña de derechos civiles de los años sesenta) cuando se les dice que las raíces de sus victorias yacen en problemas concretos que exigen soluciones prácticas, no en su propio sentido de lo que está moralmente bien o en su brillantez persuasiva.

Incluso si lo que está empujando a los norteamericanos es algún componente del carácter nacional digno de admiración, ese elemento admirable no puede ser solamente la moralidad o la inteligencia. De otro modo Thomas Jefferson, Abraham Lincoln y Martin Luther King hubieran mostrado algo de preocupación por el casamiento gay, y no tenemos pruebas de que ninguno de ellos haya pensado en esto ni por un momento.

Esto no hace que la cuna del casamiento gay sea menos noble. Es más probable que la gente luche por instituciones que se desarrollan a partir de problemas concretos que por otras que surgen de las utopías de otras personas. Y se vuelve necesario luchar por esas instituciones porque su legitimidad ante los ojos de los demás no está garantizada para siempre.

Ante todo, a medida que la catástrofe del SIDA disminuya en Occidente es posible que los heterosexuales se olviden de por qué se buscó el casamiento gay, y por qué se lo otorgó. Reconocer que el casamiento gay tuvo su inicio en la crisis del SIDA, si los defensores del casamiento gay son capaces de reconocerlo, fortalecerá la perduración de la institución que acabamos de ganar.

Editor del “The Weekly Standard”.