Genesis de la Sexualidad

”Que nos dice de la Homosexualidad la Narración Biblica sobre La Creación”

Escribe: Reverendo Dr. L. William Countryman

 

L. William Countryman es Profesor de Estudios Bíblicos, cátedra Sherman E. Johnson, en la Church Divinity School of the Pacific en Berkeley, California, EEUU. Es sacerdote Episcopal, y autor de numerosos libros.

La sexualidad es una parte importante del hecho de ser humano. Esta puede ser una de las pocas aseveraciones sobre sexo en que la mayoría de los cristianos de hoy en día son capaces de mostrarse de acuerdo. Cuando comenzamos a buscar lineamientos éticos en cuanto a cómo los cristianos deberíamos entender nuestra común sexualidad humana, encontramos gran cantidad de desacuerdo. Esto no es simplemente un fenómeno moderno; también los antiguos cristianos estaban en desacuerdo los unos con los otros en relación con estos asuntos.

En la antigüedad, la cuestión fundamental era el matrimonio: y habían muchos que negaban que fuera deseable o incluso permisible para los cristianos. En nuestra época, el foco del debate ha cambiado de posición. En este preciso momento se centra sobre la homosexualidad.

¿Es la orientación homosexual una condición humana “legítima”, o es una enfermedad o pecado, o, al menos, prueba del estado, hijo de la Caída, de la humanidad? ¿Son los actos sexuales entre personas del mismo sexo necesariamente pecaminosos? Si es así, ¿por qué? Si no es así, ¿cuándo son moralmente aceptables y cuándo no?

Probablemente la mayoría de nosotros crecimos dando por sentado que la orientación homosexual es algo malo, y que los actos sexuales entre personas del mismo sexo son pecados. No teníamos que pensar sobre estas cuestiones; y, como pasa tan a menudo en tales casos, no estábamos bien equipados para pensar sobre ello.

Todos nos apoyamos en la opinión recibida en muchas áreas de nuestras vidas; nadie tiene el tiempo, la energía o la inteligencia necesarias para pensar todo en la vida desde cero. A veces, sin embargo, la opinión recibida demuestra ser inadecuada: aparecen personas que oponen objeciones a las que tales opiniones recibidas no pueden responder con eficacia.

Ya hay una cantidad suficiente de gente que comienza a cuestionar estas opiniones y así, finalmente, todos tenemos que contribuir y unirnos al proceso de repensar. Incluso si, finalmente, decidimos que aquella opinión recibida era correcta, tenemos que pensarla de nuevo completamente.

En la cuestión de la homosexualidad, gran parte de nuestra discusión se centra en los que las Escrituras tienen o no tienen para decir sobre el tema. Dada la importancia de la Biblia en nuestra fe, esto parece correcto y adecuado.

Sin embargo, una dificultad nos cierra el camino. Los escritores bíblicos escribieron, originariamente, para su propia época, no para la nuestra; escribieron con términos que ellos y sus audiencias originarias podían entender. Sin embargo, los preconceptos sobre sexualidad varían mucho de una cultura a la otra y de una época a la otra.

Un buen ejemplo de esto es el modo en que las ideas sobre el estatus social de las mujeres han cambiado a través del tiempo. En el mundo de los escritores bíblicos, las esposas e hijas eran una especie de propiedad familiar. Hace cien años, incluso en el mundo occidental, las mujeres debían sufrir significativas desventajas legales. Durante este siglo, la igualdad de las mujeres y los hombres ha sido más y más reconocida. ¿Cuáles hubieran debido ser los papeles de las mujeres cristianas en esta situación social cambiada (y cambiante)?

No tiene sentido esperar de las Sagradas Escrituras una respuesta simple y directa. Las Escrituras originariamente se dirigían a personas cuyos presupuestos básicos en cuanto a las mujeres eran radicalmente distintos de los nuestros. En lugar de ello, tenemos que encontrar modos de preguntarle a la Biblia sobre los principios fundamentales del ser humano y del ser fiel [N.T: a la Revelación] y ver cómo podemos aplicarlos en nuestra propia época.

¿Cómo debemos interpretar la Biblia, si queremos que su texto se refiera al tema “homosexualidad” tal como la conocemos hoy en día? Un modo es observar los pasajes que se refieren específicamente (o de los que, en algunos casos, se supone erróneamente que hacen tal referencia) a actos sexuales entre personas del mismo sexo o a la orientación homosexual.

Esto es justamente lo que acabo de hacer en un libro llamado Suciedad, Codicia y Sexo (Dirt, Greed and Sex, Fortress Press, 1988; SCM Press, 1989). Este libro da un amplio tratamiento a la ética sexual en las Escrituras.

La primera sección, “Suciedad”, que discurre sobre la ética de la pureza en la Biblia, incluye análisis de los pasajes que tratan (o que a veces se supone que tratan) de la homosexualidad. No puedo repetir aquí su tratamiento completo, pero puedo resumir las conclusiones.

Los pasajes del Viejo Testamento que condenan los actos sexuales entre el mismo sexo y entre varones (no hay referencia a mujeres) lo hacen por una sola razón: que estos actos eran categorizados como sucios (la palabra técnica es “abominación”), contrarios al código de pureza del antiguo Israel.

El Nuevo Testamento, sin embargo, dejó de lado y puso al margen la importancia religiosa del código de pureza. Jesús dijo que solamente la pureza del corazón, no la pureza física, era importante. Pablo consideraba los actos sexuales entre el mismo sexo como sucios, pero no por ello pecaminosos. Dice, en una afirmación muy clara sobre el tema de la pureza: “Bien sé, y estoy persuadido de ello en el Señor Jesús, que nada hay de suyo impuro; a no ser para el que juzga que algo es impuro, para ése sí lo hay”(Romanos 14:14 BJ). Si observamos los pasajes que específicamente se concentran en la homosexualidad, las Escrituras Cristianas, tomadas globalmente, no ofrecen base para considerar que los actos sexuales del mismo sexo sean intrínsecamente pecaminosos.

Algunos teólogos, sin embargo, han tomado un enfoque distinto para esta cuestión. En lugar de examinar los diversos textos que tratan explícitamente de actos sexuales del mismo sexo, prefieren examinar un pasaje totalmente distinto. Es un pasaje que ellos creen resuelve todos nuestros problemas sobre ética sexual, homosexual u heterosexual, por lo menos si estamos preparados a entenderlo como ellos lo hacen.

El pasaje es parte de la segunda narración de la creación en el Génesis, la que cuenta sobre la creación de Adán y Eva. En una traducción moderna corriente, dice así: “Por eso el hombre deja a su padre y a su madre para unirse a su esposa, y los dos llegan a ser como una sola persona” (Génesis 2:24, DHH).

Estos teólogos interpretan que este pasaje nos dice que Dios, al crearnos, también creó una única norma de moralidad sexual para todos: la norma de la monogamia heterosexual para toda la vida. Esta norma, dicen, es parte del orden creado; no está sujeta a cambios de una cultura a la otra, o de una época histórica a la otra. Y no permite ninguna variación.

Esta aseveración puede parecer intrínsecamente improbable. Por cierto, sí es demasiado para extraerlo de un solo versículo. Uno incluso puede preguntarse si alguien que no tuviese ya partido tomado en favor de esta conclusión podría haberla encontrado allí. También yo me lo pregunto; pero permítanme erigir una defensa de esta interpretación que sea tan buena como la mejor... y después podré preguntar si en realidad puede mantenérsela.

La Interpretación “Creacionista”: ¿Nos creó Dios a todos para ser monógamos y heterosexuales para toda la vida?

Hay que decir antes de todo que la primera narración sobre la creación, en el Génesis (capítulo I) sí dice que los dos sexos, varón y mujer, son un dato básico de la humanidad. Ambos estaban presentes en el comienzo, y ambos reflejan la imagen de Dios (Génesis 1:27-28). Después de crear los dos sexos, Dios les ordena que sean fructíferos y se multipliquen, para llenar la tierra y dominarla. De este modo, la primera narración de la creación une estrechamente la existencia de los dos sexos con la necesidad de la reproducción humana: una necesidad ante la que las sociedades antiguas, con sus altos índices de mortalidad, se mostraban agudamente alertas.

Esta primera historia de la creación nunca sugiere ningún propósito para el sexo que no sea la reproducción, ni tampoco dice nada sobre precondiciones legales o morales para la reproducción, tales como el matrimonio. Esto es todo lo que la primera narración de la creación tiene para decir sobre el sexo.

La segunda narración de la creación, en el capítulo 2 del Génesis, fue originariamente independiente de la primera. Nos dice cómo Dios creó a Adán (palabra hebrea que quiere decir “ser humano”) a partir del polvo, cómo le inspiró vida con su aliento, y lo colocó en el jardín del Edén.

Entonces continúa diciendo que Dios reconoció la necesidad que Adán tenía de ayuda o compañía (2:18), y creó a los animales en un intento de proporcionárselas. Los animales, sin embargo, no fueron adecuados para ese propósito, y entonces Dios hizo que Adán se durmiera, tomó una costilla de su costado, y con ella modeló la primera mujer. Por implicación, se entiende que Adán era varón.(Aunque algunos antiguos lectores creyeron que Adán era andrógino antes de ser “operado” [N.T: por Dios, al extraerle la costilla], la corriente principal de los intérpretes, como lo ejemplifica Pablo en 1 Corintios 11:7-9, fue que el primer ser humano fue un varón aislado).

Así, cuando Dios intentó encontrar para Adán una compañía y ayuda singularmente adecuada, creó la primera mujer, como complemento del primer varón. Esto, a su vez, sentó la norma para el futuro: “Por eso deja el hombre a su padre y a su madre y se une a su mujer, y ambos forman una sola carne” (Génesis 2:24 BJ). Esto, según arguyen los “creacionistas”, establece una regla universal para el comportamiento sexual humano. El sexo existe para la compañía así como para la reproducción; y, en ambos aspectos, “funciona” solamente en virtud de una cierta complementariedad entre el varón y la mujer.

Algunos incluso ven aquí una prescripción detallada para el moderno matrimonio cristiano. Sostienen que los sustantivos singulares (“un hombre... su esposa* [o, más literalmente, su mujer]”) implican la unión monogámica, que “dejar padre y madre” implica algún tipo de ceremonia pública relacionada con ese hecho, que el verbo “unirse” implica una conexión de por vida, que “transformarse en una sola carne” se refiere al requerimiento de relación sexual para consumar el matrimonio.

Prosiguen aseverando que la norma así establecida es exclusiva, y que ninguna otra norma es “natural” o moralmente aceptable. La norma, en otras palabras, es una ley. Una consecuencia de esta argumentación es que los actos sexuales entre el mismo sexo son considerados inmorales.

¿Hasta qué punto es creíble esta interpretación “creacionista”?

¿En verdad el Génesis 2:24 crea una ley?

Los intérpretes “creacionistas” nos están diciendo que el Génesis 2;24 es en realidad un mandamiento. Esta es una lectura posible del versículo. El verbo básico, en hebreo, está en el tiempo imperfecto, un tiempo gramatical que a veces traducimos con un tiempo futuro, y que a veces se usaba para dar mandamientos, tales como “No matarás. No cometerás adulterio”.

Por otra parte, el tiempo imperfecto puede significar también otras cosas. Par dar un ejemplo, puede describir una acción repetida o habitual.

Los traductores de la RSV1 (que no estaban particularmente bien dispuestos hacia las personas gay o lesbianas) entendieron que el versículo no es un mandamiento, sino una descripción del modo en que son las cosas generalmente en la sociedad humana. Lo tradujeron, como es perfectamente legítimo, con verbos en tiempo presente: un hombre deja a sus padres y se une a su esposa, y se hacen una sola carne.2

Sin duda los traductores eligieron esta traducción por una cantidad de razones, pero la razón obvia es que es la que mejor se adecua al pasaje. Es bastante común en estos capítulos tempranos del Génesis encontrar “historias etiológicas”: historias sobre cómo las cosas llegaron a ser del modo en que son. ¿Por qué los niños varones, que son tan dependientes de sus padres, crecen, se vuelven hombres y se interesan en las mujeres (como lo hace la gran mayoría) y eventualmente forman sus propios hogares? Porque, en el comienzo, la mujer fue extraída del hombre, y el hombre desde entonces ha deseado que le sea restituida.

Una historia como ésta da por supuesto que el emparejamiento heterosexual es el patrón o pauta usual, pero no por ello rechaza otras posibilidades.

Es bastante fácil tomar una norma o patrón como “normal”, sin dar por supuesto que todo apartarnos de ella sea intrínsecamente malo, o esté mal en sí mismo. De hecho, lo normalmente opuesto a “normal” es “inusual”, no “pecaminoso”.

Puedo dar por supuesto que una educación universitaria es la norma para los adultos jóvenes de mi familia, pero no consideraría inmoral que uno de ellos quisiera en realidad seguir otro tipo de forma de ganarse la vida, y tomara la decisión madura de no ir a la universidad. La identificación de una norma implica la designación de otros comportamientos como inusuales, y no necesariamente inmorales. No tenemos indicación segura de cuál de estos significados tuviese en mente el autor del Génesis 2. El texto en sí mismo es ambiguo. Sin embargo, es mucho más simple interpretar el texto como una historia etiológica que aseverar que incorpora un conjunto complejo de instrucciones morales de un modo deliberadamente oscuro.

Pero quizás aquí haya un asunto más amplio.

¿Sientan las historias de la creación en el Génesis un modelo para toda la vida humana?

¿Debemos esperar que las narraciones del Génesis nos ofrezcan algo así como un patrón ideal para la vida humana? ¿Está mal que la humanidad tenga variaciones a partir de este patrón? ¿Tuvo Dios la intención de que permaneciésemos exactamente tales como fuimos creados?

Los teólogos “creacionistas” piensan que deberíamos leer en los capítulos 1 y 2 del Génesis el establecimiento de los principios fundamentales de moralidad para todos las personas de todas las épocas. Si en realidad leyésemos el Génesis de ese modo, ¿qué clase de código moral nos dará una lectura de ese tipo?

Si queremos leer de este modo las historias de la creación, debemos leerlas como una totalidad. No podemos proclamar de un modo consistente que el Génesis 2:24 sienta una ley vinculante universal a no ser que estemos dispuesto a proclamar que la totalidad de los dos capítulos hace lo mismo. De otro modo, seríamos presa fácil para que nos acusaran de escudriñar en los textos buscando pruebas, pero eligiéndolas y separándolas hasta encontrar una que dé alguna base a nuestros preconceptos.

Quizás muchos lean 2:24 según el modo creacionista meramente porque están acostumbrados a que el Cristianismo prohíba las relaciones homosexuales, y dan por supuesto que esa prohibición debe estar fundada en la escritura, y este fragmento parece ser un fundamento tan bueno como el mejor.

(Incluso autores muy conservadores admiten ahora que la historia de Sodoma y las otras diversas referencias -reales o aparentes- de las Escrituras a la homosexualidad son, como máximo, nada concluyentes cuando se las pone en relación con los problemas modernos).

Intentemos el experimento de leer la totalidad de Génesis 1 y 2 del mismo modo en que nuestros intérpretes “creacionistas” leían 2:24. Podemos tratar cada indicación del patrón original de la creación como una norma que establece un tipo de imperativo ético, y extraer de allí una ética para la vida humana, vivida de acuerdo con las narraciones de la creación.

Este folleto no ofrece espacio para una exégesis detallada; pero una lista al azar, con los números de versículos adosados, nos da una pintura de la vida humana tal como existía, de acuerdo con el Génesis, en la aurora del mundo:

estábamos desnudos y no sentíamos vergüenza (2:25)
éramos vegetarianos (1:29-30; 2-16)
hablábamos un único lenguaje (2:20)
observábamos el Sabbath (2:3)
gobernábamos pacíficamente sobre los animales salvajes (1:28; 2:19-20)
necesitábamos compañía (2:17)
existíamos en dos sexos (2:21-23)
teníamos el mandato de multiplicarnos (1:28)

Como todos éstos son igualmente rasgos de la creación originaria de la humanidad, una ética consistente, basada en la narración misma de la creación sin otros preconceptos, debería incluirlos a todos. De hecho, ¿nos ofrece esto una ética que podamos tomar en serio?

Muchos de nosotros probablemente responderíamos “no” sin pensarlo mucho más, pero... ¿por qué? ¿Qué diferencia hay en términos del Génesis 1-2, si es que hay alguna, entre comer carne o vestir ropas y emprender actos sexuales entre el mismo sexo? Las dos cosas divergen igualmente del orden creado.

Muchos cristianos antiguos y medievales habrían visto en la desnudez y el vegetarianismo los elementos verdaderamente significativos del todo.

Al narrar las vidas de los santos, particularmente de los grandes eremitas del desierto, gustaban de contar cómo el eremita vivía con nada más que un poco de grano tostado. Contaban sobre santos ancianos que había estado tan lejos de toda habitación humana durante tanto tiempo, que sus ropas se habían podrido hasta desaparecer, dejándoles nada que no fuese su largo cabello o su barba para cubrirse. Contaban sobre su amistad con las bestias salvajes, que se volvían servidoras del santo.

Una ética cristiana que apreciase, por encima de todo, la simplicidad, la desnudez y la amistad con el mundo natural, podría tener mucho de recomendable... ¡al menos en los climas cálidos! Sin embargo, los intérpretes que tratan el Génesis 2:24 como una prohibición de la homosexualidad no parece tomar estos otros aspectos de la creación con igual seriedad. ¿Por qué?

Podrían argüir que algunos de estos elementos del orden originario de la creación fueron específicamente revertidos en la misma Biblia.

Dios hizo ropas para Adán y Eva después de su caída (Génesis 3:21). Dios permitió que Noé y sus descendientes comieran carne, aunque estipulando que no consumieran sangre (Génesis 9:3-4). Dios creó la enemistad entre nosotros y al menos una especie animal (las serpientes, Génesis 3:15). Además, Dios personalmente destruyó la unidad originaria del lenguaje humano (Génesis 11:1-9). Más aún: en el Nuevo Testamento Jesús fue aparentemente célibe, con lo cual violó los mandamientos de casarse y multiplicarse; y Pablo, por su propia autoridad, alentaba a los cristianos a permanecer fuera del matrimonio (1 Corintios 7:8-9, 36-38).

Es posible argüir que todos estos apartamientos del orden originario de la creación estuvieron más o menos autorizados.

Incluso así, muestran con bastante claridad que la humanidad sigue siendo humanidad todavía después de producirse divergencias importantes de lo que las historias de la creación describen como la intención originaria de Dios.

Estos apartamientos no son intrínsecamente malos, inmorales o pecaminosos. Vestir ropas no es antiético. (Algunos cristianos, de hecho, consi-deran que nuestra desnudez originaria y creada es inmoral). La multiplicidad de los lenguajes humanos puede ser inconveniente y fastidiosa, pero no es inmoral. Difícilmente podría culpársenos si algunos animales salvajes nos son hostiles. Y la mayoría de los cristianos del Occidente moderno han llegado a la conclusión, digan lo que digan las jerarquías eclesiásticas, de que el mandamiento de multiplicarse es un área donde debemos ejercitar el juicio informado.

Divergir del orden de nuestra creación, tal como lo da el Génesis, no es intrínsecamente pecami-noso. A decir verdad, uno podría muy bien vivir la propia vida como empleado municipal para exterminar ratas, ser bilingüe, andar plenamente vestido y tener solamente dos hijos, sin incurrir por todo ello en ninguna culpa moral.

Quizás un “creacionista” podría todavía argumentar siguiendo esta línea de pensamiento: la creación originaria estuvo en verdad sujeta a mo-dificaciones y excepciones, pero solamente dentro de las Escrituras mismas.

Dios o un apóstol inspirado pudieron modificarla. Pero una vez que el canon de la escritura estuvo completo, no hubo más modificaciones posibles. A no ser que alguna autoridad de la escritura específicamente recomiende las relaciones homose-xuales, debemos presumir que ese aspecto del orden originario creado está todavía en vigencia.

Un tal argumento podría ser convincente si sus exponentes lo defendieran consistentemente; pero de hecho ningún cristiano “de las modalidades predominantes del cristianismo” lo hace.

Hay al menos un elemento en el orden originario de la creación, tal como se lo da en el Génesis 1-2, que no es rechazado en ninguna parte de la Escritura, pero que sin embargo la vasta mayoría de los cristianos ignoran enteramente: la institución del Sabbath.

El Sabbath es el período de veinticuatro horas que va del ocaso de los viernes al ocaso de los sábados, que Dios consagró como recordación de su propio descanso del trabajo creativo (Génesis 2:3). Los cristianos no han abandonado la observancia del Sabbath por la autoridad de la escritura, sino por la de ese uso de larga data, comúnmente llamado “tradición”. (Algunos lo observan en domingo: pero, por supuesto, eso no cumple el mandamiento en su letra). Es difícil entender cómo un cristiano que no observe el Sabbath puede mantener que los otros elementos de la narración de la creación establecen reglas morales absolutas e inalterables.

Incluso sin específica garantía de la escritura, los cristianos tienen la libertad de desarrollarse y de cambiar de modos adecuados, al ir dando vida real en sus vidas a la Escritura.

Si el orden originario de la creación, tal como se lo establece en el Génesis 1 y 2, fuese realmente el fundamento de la moralidad cristiana, entonces deberíamos ser consistentes en el modo en que interpretamos estos capítulos.

El argumento “creacionista” contra la homosexualidad se derrumba porque sus expositores no pasan esta prueba. En lugar de ello, eligen y seleccionan cuáles elementos de la creación quieren tomar en serio, y cuáles pasarán por alto. Si tienen la esperanza de persuadir a otros, deberían ser más consistentes y fieles en el uso de la Biblia.

El fracaso de la interpretación “creacionista”, sin embargo, no significa que el Génesis no tenga nada útil para agregar a nuestro debate.

¿Puede el Génesis 2 contribuir con algo más positivo al debate?

El Génesis 2 crea un enfático eslabón entre la necesidad humana de compañía y la creación del sexo por parte de Dios.

Nos dice que Dios creó a la mujer en respuesta a la necesidad de Adán de tener compañía. A diferencia del Génesis 1, el Génesis 2 no hace referencia al sexo como medio de propagar la familia humana. No parece en realidad estar pensando en la familia, sino solamente en la pareja sexual. Al enfatizar la pareja, ¿acaso el Génesis 2 intenta restringir toda la compañía humana a la relación sexual de marido y esposa?

Una lectura estrictamente “creacionista” del Génesis 2 probablemente tendría que decirlo así, ya que allí no se menciona ninguna otra clase de compañía humana.

Sin embargo, en todo el mundo vemos que la compañía humana, sexual y no sexual, forma parte de la riqueza esencial de la experiencia humana. Los hombres traban amistad con hombres. Las mujeres traban amistad con mujeres. Hombres y mujeres traban amistad los unos con las otras.

Esta experiencia de compañía la comparten individuos homosexuales y heterosexuales. La relación sexual es simplemente la pieza central de la compañía humana. Se hizo posible a causa de nuestro anhelo erótico por la otra persona: el anhelo que el Génesis 2 describe tan bien, al decir que la persona amada nos parece una parte perdida de nosotros mismos.

Esto es algo que sabemos por experiencia propia. Una persona heterosexual siente este anhelo de alguien del sexo opuesto; una persona homosexual, por alguien del mismo sexo. Pero es el mismo eros en los dos casos, y da origen a las mismas ricas posibilidades de la compañía humana.

El Génesis 2 no nos dice que la heterosexualidad sea esencial para el hecho de ser humanos, sino que la sexualidad es lo esencial. Y nos dice que no la contemplemos como una ley, sino como buenas noticias sobre la generosidad de Dios en la creación.

El testimonio de los varones homosexuales [N.T: “gays”] y de las [mujeres] lesbianas, y los estudios científicos hechos sobre ellos, concuerdan en que su atracción a personas del propio sexo está hondamente enraizada.

A pesar de lo que aseveran muchos autoproclamados milagreros -sin que se haya constatado auténticamente lo que dicen-, este hecho normalmente no es reversible. En esto, como en otros aspectos, la homosexualidad es muy parecida a la heterosexualidad. Comparadas con las similaridades, las diferencias entre ambas sexualidades son mínimas.

La mayoría de los sicólogos, hace ya bastante tiempo, dejaron de considerar a la homosexualidad una enfermedad. Las personas homosexuales no son menos saludables que las otras; simplemente están orientadas, en lo erótico, de un modo que, según son las cosas, incluye a una minoría de la raza humana.

Los etólogos (estudiosos del comportamiento animal) han documentado el comportamiento homosexual en muchas especies diversas. Esto sugiere que la homosexualidad es un aspecto normal del mundo natural.

La antropología cultural ha demostrado que las sociedades humanas han entendido a la homose-xualidad en una cantidad varia de modos, y esto sugiere que es un dato biológico ampliamente difundido en los seres humanos, que puede ser y ha sido interpretado o “construido” en una diversidad de modos (Que pueda ser “construido” no significa necesariamente que sea completamente maleable, ni siquiera que las culturas tomen decisiones conscientes y deliberadas sobre estos asuntos fundamentales).

En otras palabras, la ciencia nos sugiere que la homosexualidad es simplemente una parte del mundo que conocemos: ni buena ni mala en sí misma, sino una realidad prominente e inescapable.

Este mundo que conocemos es el mundo que el Génesis 1 y el Génesis 2 nos dicen que Dios creó. Lo que ambos capítulos tienen para decir sobre este mundo es, sobre todo, que proviene de Dios. Dios es el creador de este mundo en el que vivimos y de nosotros, que vivimos en él.

Por lo tanto deberíamos darle una atención estrecha, admirarlo y proclamar su excelencia (como una felicitación para el Creador, aunque más no fuera), aprender de él y regocijarnos en él. Las personas homosexuales son una parte de esa creación, de un modo tan auténtico como lo son las personas heterosexuales.

La voluntad de Dios para ambas es que, por ser seres humanos, disfruten de la compañía de otros seres humanos. De acuerdo con el Génesis 2, la compañía sexual es y debe ser una parte significativa de esto.

La homosexualidad: ¿buena o mala?

Como hemos visto, algunos intérpretes proclaman que el Génesis 2:24 prohíbe o condena la orientación homosexual o los actos sexuales entre el mismo sexo. He demostrado aquí que su interpretación “creacionista” es improbable e inconsistente.

En otra parte he demostrado que las Escrituras cristianas, tomadas como un todo, no consideran a la homosexualidad como algo intrínsecamente pecaminoso. Pero si la homosexualidad no es necesariamente pecaminosa, ¿significa eso que sea necesariamente buena?

En un sentido, sí. Dios proclamó que toda la creación era buena, incluyendo sus aspectos sexuales.

La homosexualidad es por cierto buena, exactamente en el mismo sentido en que toda sexualidad es buena. Es uno de los dones profundos con los que Dios nos dotó desde el principio. Es un don de delicia, de maravilla, de conexión del uno al otro, de trascendencia, de humanidad.

Imaginen una especie similar a nosotros en inteligencia, destreza e inventiva, pero distinta de nosotros en este único aspecto: ¿sería una tal especia no-sexual humana, o algo que se acercase a lo humano?

En el sentido ético, los actos sexuales del mismo sexo no son ni buenos ni malos en sí mismos ni por sí mismos. Se vuelven buenos o malos en términos de su contexto, y en términos del espíritu que los gobierna.

Jesús estableció exactamente dos principios fundamentales de moralidad, y los dos implican el amor. Debemos amar a Dios con todo nuestro ser; debemos amar a nuestros prójimos y a nosotros mismos de igual manera. Todas las otras leyes, más detalladas o más específicas, “dependen” de estos dos mandamientos; si no es así, no tienen autoridad verdadera.

Los actos sexuales, homosexuales o heterose-xuales, son buenos cuando son coherentes con el amor a Dios, por el propio yo y por los prójimos (no solamente el “prójimo” con el que uno pueda estar acostado, sino con los otros que tienen interés legítimo en ese acto). Son malos cuando violan estos criterios: cuando implican que alguien (uno mismo o la pareja o un tercero con interés legítimo) no tiene verdadera importancia, o cuando colocan algún otro valor (tal como el “éxito” o la gratificación o la seguridad sexuales) en el lugar del amor a Dios.

El arte cristiano de amar se goza en la igualdad de los partícipes, y alienta su fidelidad, no solamente mutua, sino hacia el mundo mayor del que son parte.

El arte cristiano de amar se deleita honestamente en la sexualidad y en la sensualidad que es parte de él; y descubre en esa delicia una forma de adoración que se ofrece a Dios.

Si la sexualidad es en realidad, como lo afirma el Génesis 2, un elemento principal de la obra de Dios en nosotros, disfrutarla con amor es darle a Dios alabanza y servicio.

Homosexual o heterosexual, si estás buscando un enfoque de la moralidad sexual auténticamente centrado en la creación, nada podría ser más bíblico que esto: disfruta de los dones que te son dados con amor y agradecimiento al Creador de este gran bien, y con un amor que trate tanto a ti mismo como a tu prójimo con igual seriedad. Eso será suficiente.

Notas

1 Son las siglas de Revised Standard Version (Versión Estándar Revisada)I traducción moderna de la Biblia muy usada por los teólogos progresistas.
2 El problema de las traducciones bíblicas se agrava cuando se hacen comparaciones a través de idiomas distintos. El artículo del original inglés del Reverendo L.W. Countryman toma sus ejemplos de la RSV (Revised Standard Version); en esa traducción figura al comienzo de la cita la palabra “wife”, esposa; y al final se escribe “one flesh”, una sola carne. Para aplicar esta observación a una Biblia traducida al español, tendríamos que imaginar una combinación de la versión de la Biblia de las Sociedades Bíblicas Unidas, DIOS HABLA HOY (DHH) (donde se lee “esposa” al comienzo de la cita y “una sola persona” al final), con la Biblia de Jerusalén(BJ) (donde se lee al principio la traducción “mujer” y al final “una sola carne”.