Por John J. McNeill  - Traducción de Rafael Freda
Existió y continúa existiendo una conexión profunda entre misoginia y homofobia en nuestra cultura. La misoginia se define como miedo y odio por la mujer. Se manifiesta sicológicamente por la represión en la sique de todo lo que está tradicionalmente conectado con lo femenino. Entre otras cosas, esto incluye todas las emociones, sentimientos de compasión, todos los sentimientos espirituales, toda la dependencia y toda la necesidad de comunidad. En el futuro preferiré colocar en lugar de misoginia la palabra "féminafobia".

Más de sesenta años atrás, G. Rattrey Taylor en su libro clásico, Sex in History (New York: Vanguard Press 1954, Chap. 4, pp72ff.) intentó dejar al descubierto algunas de las actitudes culturalmente condicionadas sobre sexualidad. Encontró un fenómeno universal en las culturas basadas en un principio patriarcal. Estas culturas con pocas excepciones tendían a combinar una visión de la mujer fuertemente subordinacionista con una represión y horror ante las prácticas homosexuales del varón. La institución en la cultura de hoy que continúa manteniendo en su expresión más clara esta forma de patriarcado, incluyendo su homofobia, es la Iglesia Católica Romana.

En contraste, aquellas culturas basadas en un principio matriarcal se inclinan a combinar un ensalzamiento del estatus de la mujer con una tolerancia relativa de las prácticas homosexuales del varón. Taylor saca la conclusión de que la tradición del Occidente Cristiano ha estado fundamentalmente basada en la cultura patriarcal. Esto puede ayudar a explicar ciertas chocantes anomalías desde un punto de vista ético en esa tradición.

Una de las más notables de estas anomalías es la casi completa desatención al lesbianismo en la tradición cristiana occidental. Aunque el Código de Santidad, en el Viejo Testamento, por ejemplo, condena explícitamente bajo pena de muerte las prácticas homosexuales del varón y el bestialismo de la mujer, no se hace mención de las prácticas lésbicas de la mujer. (Esto no debería ser sorprendente cuando recordamos que el Rey David según se decía tenía un harén de alrededor de mil mujeres). Aparte de una discutida referencia a los actos antinaturales de la mujer hecha por Pablo en Romanos 1:26, no hay otra referencia a actividad lésbica de la mujer en la escritura y escasamente hay alguna en todos los otros documentos de la tradición cristiana. Hay una marcada tendencia en todas las fuentes de la tradición cristiana a condenar la sodomía en términos de un hombre “desempeñando el rol de una mujer” con otro hombre o usando a otro hombre “como a una mujer”. Esto ha conducido a la tradición cultural de respetar al hombre que desempeña el rol activo de la penetración en la actividad homosexual del varón y despreciar al hombre que desempeña el rol pasivo de receptor. Esta tradición es especialmente fuerte en la cultura latina. Como ha subrayado Taylor, esto en la tradición no ha sido considerado tanto una violación de la naturaleza humana sino más bien una degradación del varón como tal.

Si hay un mensaje cierto en la historia bíblica de Sodoma y Gomorra, es la creencia de ese tiempo en el respeto absoluto que debía demostrarse a los varones y la relativa falta de preocupación por la mujer.

Un perfecto ejemplo de esto son las palabras de Lot a la multitud que amenaza atacar a sus huéspedes varones:

 

Por favor amigos míos, no seáis tan depravados. Tengo dos hijas que nunca han tenido coito con un hombre, dejadme sacároslas ante ustedes para que hagáis con ellas lo que deseéis, con tal que nada hagáis a estos hombres, en la medida en que han venido bajo el abrigo de mi techo (Gen 19: 7-8).

 

Cada varón judío de la época del Viejo Testamento debería decir en sus plegarias matutinas “¡gracias a Dios que no fui creado mujer!”

Estimular o alentar u obligar a otro hombre a simular la función coital pasiva representaba una perversión intolerable para una sociedad organizada de acuerdo con la teoría de la subordinación esencial de las mujeres a los hombres, una sociedad que valoraba particularmente la agresividad y dominancia del varón. Es mi impresión que esta actitud está todavía fuertemente presente en ciertos sectores de la sociedad musulmana. Por consiguiente, como subraya Taylor, un hombre que “actuaba como una mujer" en un acto sexual era tratado como alguien que cometía traición no sólo contra sí mismo sino contra su sexo íntegro, arrastrando en su caída a los demás hombres en su desgracia voluntaria.

Taylor concluye con esta afirmación:

 

Podría quizás estar bien para nosotros que enfrentáramos francamente que la racionalización de los prejuicios sexuales, animados por las ideas falsas de privilegios sexuales, han jugado una parte no pequeña en la formación de la tradición que hemos heredado y probablemente controla hoy en día la opinión y las políticas en cuanto a la homosexualidad en un grado mayor que lo que comúnmente se reconoce.

 

Más recientemente Richard Tarnas arrojó una potente luz sobre la conexión histórica de féminafobia y homosexualidad en su brillante estudio de la evolución de la cultura occidental, Passion of the Western Mind: Understanding the Ideas that Have Shaped Our World View (New York: Ballantine Books, 1991). La comprensión básica de Tarnas es que el período de los últimos tres mil años en el desarrollo de la filosofía, la ciencia, la religión y la cultura ha sido un fenómeno exclusivamente de varones del comienzo al final. Es mi creencia que el proceso dialéctico que condujo al logro del arquetipo masculino con la represión de lo femenino representa el desarrollo anima / animus mundi. Su tesis pasada era la elaboración del arquetipo masculino que, por alguna razón misteriosa, debía ser completado primero; su antítesis presente y futura será la elaboración de un arquetipo femenino que no contradirá ni reprimirá lo masculino, sino que eventualmente dará como resultado la síntesis de una plenitud andrógina de todos los humanos, varones y mujeres.

Sospecho que el proceso histórico dado a primero elaborar el arquetipo masculino creando el individuo humano separado e independiente tenía que ver con el mayor poder y la mayor cercanía de lo femenino a la vida y la naturaleza. Si el arquetipo femenino había sido desarrollado primero, el desarrollo masculino, que es mucho más frágil, nunca podría haberse producido o haber tenido lugar excepto con extrema dificultad. En este punto de la dialéctica no podíamos simplemente retornar a la matriz materna, no más que un adulto podría encontrar plenitud retornando al vientre de la madre.

El “hombre” de la tradición occidental ha sido un héroe orientado a sus propias metas, un rebelde prometeico biológico y metafísico que constantemente ha buscado la libertad y el progreso para sí mismo y que por eso siempre ha luchado para diferenciarse y obtener control de la matriz de la que emergió. Este héroe prometeico ha estado presente en hombres y en mujeres. La evolución de la mente occidental ha respondido a un impulso heroico de forjar un yo autónomo, consciente y racional separándolo de la unidad primordial con la naturaleza. El resultado de ese proceso ha sido el yo trascendente, el yo individual independiente, el ser humano con autodeterminación en su unicidad existencial, su calidad de ser separado y su libertad.

El momento femenino de balance tiene que ver con construir una comunidad spiritual de amor y alcanzar una profunda relación apasionada de amor personal con el otro y con lo divino, una relación no construida por una inmersión de nuestro ego e identidad en una colectividad o matriz, sino construida en cambio sobre una relación y una comunidad en la que entran libremente individuos libres, autónomos, independientes y autodeterminados.

Tarnas pregunta: ¿por qué la omnipresente masculinidad de la tradición intelectual y espiritual de Occidentes se volvió tan evidente para nosotros en los pasados cuarenta años, cuando había permanecido invisible e inconsciente en casi todas las generaciones previas? Es solamente a través del movimiento feminista que en los últimos cuarenta años nos hemos vuelto conscientes de hasta qué grado eran exclusivamente masculinas, por ejemplo, las plegarias y liturgias comunes. Hegel hizo una vez esta observación: “El búho de Minerva solamente abre sus alas cuando cae el crepúsculo.” Cada civilización es inconsciente de sí misma, hasta que llega a sus estadios de agonía; es solamente entonces que se vuelve plenamente consciente de lo que está pasando. La verdadera sabiduría y comprensión solamente pueden ser alcanzadas en el punto final. La tradición masculina de tres mil años de la civilización occidental está alcanzando su apogeo; ha sido oprimida a su extremo unilateral en la conciencia de la mente moderna tardía.

La evolución de la mente occidental se ha cimentado en la represión de lo femenino, “en la represión de la conciencia unitaria indiferenciada, de la participación mística con la naturaleza, una negación progresiva del anima mundi, del alma del mundo, de la comunidad de ser, del misterio y la ambigüedad, de la imaginación, la emoción, el instinto, la sexualidad corporal, la naturaleza y las mujeres.” (Tarnas: p. 442).

Hoy en día hombres y mujeres enfrentan la crisis existencial de ser egos solitarios, conscientes y mortales arrojados en un universo en última instancia sin sentido e incognoscible, un ambiente que es crecientemente artificial, mecanístico, fragmentado, sin alma y autodestructivo. La evolución del arquetipo masculino ha llegado a un impasse. Si continuamos en esta dialéctica unilateral la raza humana enfrenta la posibilidad real de autodestrucción a través de la guerra nuclear o el colapso ambiental ampliamente difundido. Los seres humanos se están sintiendo progresivamente aislados, alienados de sus comunidades, de la naturaleza y los unos de los otros.

Tarnas cree que la resolución de esta crisis está ya produciéndose en la tremenda emergencia del arquetipo femenino en nuestra cultura. Considera que este fenómeno ya está visible en el ascenso del feminismo, el creciente empoderamiento de las mujeres, y la ampliamente difundida apertura a los valores femeninos tanto de los hombres como de las mujeres. Encuentra más evidencia de esto en la difundida necesidad de reconectarse con el cuerpo, las emociones, lo inconsciente, la imaginación y la intuición.

La más profunda pasión de la mente occidental ha sido reunirse con el cimiento de su ser. El impulso que empuja a la conciencia de Occidente ha sido su búsqueda dialéctica, no sólo para realizarse a sí mismo, para forjar su propia autonomía, sino también para recobrar su conexión con el todo: llegar a un pacto con el gran principio femenino de la vida; diferenciarse y después redescubrir y reunirse con lo femenino, con el misterio de la vida, de la naturaleza, del alma. Y esa reunión puede ahora producirse en un nivel nuevo y profundamente diferente de la unidad inconsciente primordial, porque la larga evolución de la conciencia humana la preparó para ser capaz por fin de abrazar los cimientos y la matriz de su propio ser consciente y libremente. El telos, la dirección y meta interna de la mente occidental ha sido reconexctar con lo cósmico en una mística participación madura, rendirse libre y conscientemente al abrazo de una unidad mayor que preserva la autonomía humana a la vez que trasciende la alienación humana. (Tarnas: pp 443-444).

Tarnas concluye su gran obra con la afirmación de que el inquieto desarrollo interno y el ordenamiento incesantemente masculino de la realidad característico de la mente occidental gradualmente ha estado conduciendo a una reconciliación con la perdida unidad femenina, hacia un casamiento profundo y de muchos niveles de lo masculino y lo femenino, una reunion triunfante y sanadora. “Nuestra época está luchando para traer al mundo algo nuevo en la historia humana. Parece que estamos siendo testigos y estamos sufriendo los dolores de parto de una nueva realidad, una nueva forma de la existencia humana, un ‘crío’ que será el fruto de este gran casamiento arquetípico, y que llevará en sí mismo todos sus antecedentes en una nueva forma.”

Este estupendo proyecto occidental debería ser visto como una parte necesaria y noble de una gran dialéctica, y no ser simplemente rechazado como un complot imperialista-chovinista. No solamente esta tradición ha alcanzado las fundamentales diferenciación y autonomía de lo humano que solamente ellas pueden permitir la posibilidad de una tal síntesis más amplia; también ha preparado dolorosamente el camino para su propia trascendencia de sí. Además, esta tradición posee recursos, que quedaron atrás desconectados de nosotros por nuestro propio avance prometeico, que apenas hemos comenzado a integrar y que, paradójicamente, solamente la apertura a lo femenino nos capacitará para integrar. Cada perspectiva, masculina y femenina, está aquí a la vez afirmada y trascendida, reconocida como parte de un todo más grande; porque cada polaridad requiere de la otra para su completa plenitud. Y su síntesis conduce a algo más allá de sí mismo: trae una inesperada apertura a una realidad más grande que no puede ser abarcada y comprendida antes de que llegue; porque esta nueva realidad es en sí misma un acto creativo (Tarnas: p.445).

 

El rol de la Comunidad LBGT en la Gran Dialéctica

 

Aunque para mi asombro Tarnas no hace mención de ello, paralelamente a la emergencia de la liberación de la mujer a lo largo de los pasados cincuenta años se ha dado la emergencia de una identidad gay positive en todos los niveles (social, político, cultural y espiritual) en todo el mundo. Jacques Perotti, el fundador del grupo católico gay David y Jonathan en la Europa francófona, habla de la misma era diciendo que es un “declic, un momento especial en la historia, una revelación de la lenta emergencia de una identidad homosexual positiva desde el corazón del mundo. Después de tantas eras de rechazo, destrucción e intimidación, ha comenzado a soplar un viento de libertad.” En nuestros días el viento se ha vuelto un huracán.

 

Esta emergencia de una identidad gay positive se ha acelerado en los pocos años últimos en un grado notable y creo que tiene un propósito teleológico en el desarrollo del  anima-animus mundi. Esta presencia de una comunidad visible gay y lésbica, por primera vez en los últimos tres mil años, es una parte integral de esa dialéctica y es otro aspect de la recuperación de lo femenino o de lo que yo prefiero llamar el balance de lo masculine y lo femenino en una nueva síntesis de la personalidad humana.

 

Es claro que la dialéctica dominante del arquetipo masculino en el pasado con su represión de lo femenino ha incluido también la represión de lo homosexual. Como G. Rattrey Taylor señaló, las culturas patriarcales combinan una visión subordinacionista de las mujeres con una fuerte represión de las prácticas homosexuales del varón. El surgimiento del movimiento de liberación feminista en los años recientes da a las personas gays una razón para tener la esperanza de que las personas GLBT serán plenamente aceptadas en la futura comunidad humana. En el corazón de toda la homofobia está la féminafobia y la represión de lo femenino. Los varones gays son considerados una amenaza al patriarcado porque frecuentemente están en contacto con su dimensión femenina y actúan de acuerdo con ella. Es claro que la liberación gay y femenina están tan íntimamente vinculadas que los gays deberían dar pleno apoyo a la liberación de las mujeres y viceversa.

 

Ningún proceso dialéctico puede tener éxito a no ser que acarree dentro de sí la semilla de la síntesis. Esa semilla de síntesis debe ser encontrada en la comunidad gay. La síntesis puede solamente tener éxito a través de la emergencia de un grupo visible que pueda vivir plena y abiertamente sus dimensiones masculina y femenina sin la necesidad de reprimir ninguna de las dos. Necesitamos un grupo que sea la meta modelo ideal de la evolución actual de la humanidad, gente que pueda mantener su dimensión masculina y la femenina en buen equilibrio y presentar una síntesis balanceada de las dos. Esto, según creo, es el rol providencial de los grupos políticos y espirituales GLBT que he visto aparecer en los últimos cincuenta años. Nosotros que somos gays y lesbianas necesitamos una visión y debemos ser claros sobre los dones especiales que traemos en este momento en la historia y el rol central que debemos jugar en traer la plenitud de vida para todos los humanos. Ese rol está siendo desempeñado en un modo especial en el contexto gay de un nuevo paradigma para el casamiento gay, que reemplazará al paradigma patriarcal ahora destructivo. En el casamiento gay ambos miembros de la pareja se relacionan el uno con el otro como iguales. Ninguno de los dos está siendo presionado para que reprima una dimensión íntegra de su humanidad, lo femenino en los hombres, lo masculino en las mujeres. Las dos partes pueden relacionarse una a la otra como seres humanos plenos. Visto en esta luz el matrimonio gay es un don de Dios que puede rescatar a todos los matrimonios de su actual propensión al fracaso.

NOTA: Un análisis más completo de la dialéctica masculino - femenino puede encontrarse en mi libro Freedom, Glorious Freedom [Libertad, Gloriosa Libertad] que ha sido representado en una nueva edición por Lethe Press.

 

Rattrey Taylor G.  Sex in History [ Sexo en la Historia] (New York: Vanguard Press 1954, Chap. 4, pp72ff.)

 

Tarnas Richard.  Passion of the Western Mind: Understanding the Ideas that Have Shaped Our World View [Pasión de la Mente Occidental: Comprender las Ideas que Han Moldeado Nuestra Visión del Mundo] (New York: Ballantine Books, 1991).

Fuente: Año 2014  https://www.dignityusa.org/article/misogyny-and-homophobia